Nuestros tremendos hijos
son toda una amenaza,
y así, siendo prolijos,
son la luz de la casa.
Tan ardua es tu jornada,
que llego y estás dormida,
totalmente rendida,
sin duda, fulminada
y sin ganas de nada,
sin buscar regocijos
o alborotar cortijos,
es que son tan inquietos,
que ni indultan asuetos
nuestros tremendos hijos.
Tan pesado es tu día,
que las horas no alcanzan
y claro que cansan,
claro que es tontería
gastar tanta energía
en conquistar la plaza;
'ta de la calabaza
perseguirlos, pararlos,
corregirlos y amarlos...
¡son toda una amenaza!
Tan fácil se nos hizo,
que nuestra linda plebe,
nuestra tribu de nueve,
es ese paraíso
que no pide permiso
para hacer revoltijos
o crear escondrijos
para sus aventuras,
para sus travesuras,
y así, siendo prolijos.
El hecho es que vivir
tremenda marabunta,
con los nervios de punta,
nos puede confundir
e incluso percibir
que el deber nos rebasa
y el esfuerzo fracasa...
sí, serán muy diablillos,
pero, esos chiquillos
son la luz de la casa.
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