Sunday, May 1, 2022

Una inmadura aventura entre trenes

 

Ya pasado el mediodía de mi vida, hay travesuras y aventuras que el pudor y la amnesia me impiden relatar. Sin embargo, hay una que regresa a mi memoria en los muy lejanos años de secundaria.


Por aquellos tiempos añejos, Steve Jobs iniciaba con sus pininos creativos y el ábaco, que me abrió las puertas a mi inventiva hacía pocos años antes, al haber determinado cómo resolver raíces cuadradas en él, se estaba convirtiendo en historia… de hecho, hoy ya forma parte de la prehistoria todo eso.


En esa lejana distancia, mis amigos y yo nos queríamos comer el mundo a bocanadas, tratando de probarnos a nosotros mismos con estúpidas osadías. A semejanza de San Agustín, el relato no pretende presumir, sino antes viene describir cómo el insatisfactor de aceptación puede llegar a ser letalmente mortífero.


A una cuadra de mi añorada escuela, corren las vías del ferrocarril sobre una avenida (entonces carretera) que siempre hemos llamado Fleteros, por implícitas razones y nunca se le ha llamado así oficialmente. Durante la mañana, se escucha en repetidas ocasiones el invitante silbido de la locomotora; para algunos es causa de precaución, pero para nosotros, era motivo de exaltación.


Las clases transcurrían de 8 a 14 horas y justo 15 minutos después de la salida, el tren rumbo a México pasaba puntual a la cita con nuestro destino. Mis amigos y yo habíamos creado una tradición absurda de abordar sus vagones en movimiento y con una mano asirnos fijamente, mientras que la otra sostenía el novedoso portafolio que había sustituído a las tradicionales mochilas de piel que utilizábamos durante la primaria.


Una vez arriba del convoy, avanzábamos 4 cuadras hasta donde se encontraba una fábrica de calderas y nace una Calzada que nos llevaría a nuestras casas a través de su arboleda y una vez cruzado el Río Santa Catarina. En dicho punto, descendíamos del tren y finalmente nos distribuíamos por dicho andador.


Cada día que pasaba, hacíamos gala de nuestro arte al subir y bajar del tren en movimiento, siendo la envidia de propios y extraños; tanto fue nuestro tambor y fulgor que no faltó el “nuevo” que se quiso unir a la pandilla. 


Mi hoy viejo y grato amigo nos quiso acompañar en nuestra peregrina excursión diaria al salir de la secundaria. Obviamente, no le dimos ningún entrenamiento ni capacitación, tampoco hojas de instrucción o ayudas visuales que le facilitarán el acceso, permanencia y descenso sin riesgo, antes bien, hacíamos gala de nuestra habilidad innata para ponernos en riesgo y salir avantes.


Llegamos al punto en cuestión, abordamos sin ningún percance que mencionar, así como avanzamos las rigurosas cuatro cuadras sin el menor contratiempo… el problema fue al saltar fuera del tren.


Como es un elemento en movimiento, la inercia que llevamos tiende a disminuir hasta desaparecer al momento que nos separamos del vehículo transportador; pero, su eliminación no es instantánea, por lo que se debe saltar hacia adelante para bajar corriendo y reducir paulatinamente la velocidad original. Llegamos a hacer gala de nuestra pericia hasta corriendo de reversa entre el piso de cascajo que acompaña a los durmientes de la vía.


Nuestro pobre e infortunado amigo, nuevo en la aventura, simplemente dio un paso al frente.


Como era de esperarse, el inocente disminuyó la inercia rodando agresivamente contra el cascajo, lastimando su integridad, su ropa y su ahora inservible maletín, por lo que sus libros, libretas y demás utensilios escolares quedaron esparcidos por todo el lugar.


Todos corrimos hacia él, pero no con la intención de atenderlo o auxiliarle por su accidente, sino para reírnos burlona y jocosamente de su infortunio.


Finalmente, todos cruzamos la entonces carretera (actual avenida) y recorrimos la usual Calzada que nos llevaría a nuestras casas.


Cuando nuestro enojado amigo llegó a su casa, su madre lo vio todo rasguñado, más en el amor propio que en su exterior (y eso que era bastante); inmediatamente, le demandó una explicación, narrando a lujo de detalle todo lo ocurrido y echándonos de cabeza a toda la pandilla.


Como era de esperarse, al día siguiente fuimos requeridos por el Director, así como nuestros padres, quienes estaban más furiosos que asustados por lo ocurrido. Estábamos esperando la orden de expulsión que, afortunadamente, no llegó.


Posteriormente, el Director convocó a toda la escuela (secundaria y preparatoria) para hacer público el suceso y amenazando a todo aquel osado aventurero que intentase nuevamente subir al tren, quien sería expulsado ipso facto.


Ante la comunidad, éramos unos héroes; ante nuestros padres, unos demonios bien llamados güercos (por el origen griego de la palabra) y ante los profesores, unos irresponsables que merecíamos un castigo más severo que el simple impacto en la calificación.


Ese día transcurrió y terminó con la séptima hora de clase, puntual a las 2:00 pm. Igualmente puntual, el tren se apareció a los 15 minutos y nosotros con él… pero, en las vías estaba uno de los hermanos maristas como guardián del orden, previniendo nuestra inmediata y bien merecida expulsión.


El firme maestro permaneció puntual a la cita todos los días hasta el fin del ciclo escolar; lo cual pudimos constatar, ya que no sólo ese día lo volveríamos a intentar.

Sunday, March 27, 2022

01ENE00, Crónica de una cita fallida

 


 

El cambio de milenio se perfilaba el 01ENE00, siendo realmente un día como cualquier otro…


Bueno, no tanto, a pesar de haber metido algunos goles interesantes en años anteriores (almacén de hielo como acumulador térmico para refrigeración, la caracterización fractal en materiales policristalinos a nivel nano o el efecto fotoacústico para la caracterización térmica), dicho diciembre no fue suficiente mi esfuerzo como para exponer en algún congreso internacional, la manipulación de la solidificación direccionada mediante ultrasonido estaba aún algo verde, por lo que me quedé guardado en casita, en lugar de andar de saltimbanqui, como en otros años.


La gente, siempre en otro canal, tampoco estaba tranquila y navegaba entre mitos de lo más absurdamente simpáticos, por no llamarles de otra manera.


Refugiado en mí mismo, corrí hacia mi pasión: la música. Ese día se estrenó la obra de Fantasía 2000 y, obviamente, estuve presente en el estreno ocurrido mi pueblo.


A diferencia de la eficaz comunicación actual, en aquellos años no sabía con certeza lo que deparaba un estreno de este tipo, aunque la expectativa era muy alta, después de 60 años de esperar una segunda entrega, desde 1940.


Como las mejores cosas de la vida se comparten, invité a mi entonces novia a disfrutar de la esperada maravilla y, como era de esperarse, aceptó.


El estreno ocurrió dicho día y en una sala con el sistema IMAX, en el hoy extinto Planetario Alfa. Siendo que este museo de ciencia era un apoyo académico a la comunidad por parte de la industria local, existían unos camiones que transportaban gratuitamente a la gente desde la Alameda, para regresarlos posteriormente a este mismo lugar; lo cual, me pareció una idea muy divertida, en lugar de llegar en carro al museo-observatorio, como típicamente hacíamos.


Por lo tanto, nos embarcamos en dicha aventura; tomamos el camioncito en la Alameda y nos dirigimos al Planetario, llegando después de una hora de trayecto (en carro, hubiese sido menos de 10 minutos).


Llegamos al Planetario y nos dispusimos a ingresar a la sala tipo IMAX. Como era de esperarse, la obra fue espectacular: el eterno director del MET, James Levine, fue el artista que condujo a la Chicago Symphony Orchestra (CSO), con un repertorio de lujo: repitiendo a Beethoven y a Stravinsky, con una serie de anfitriones y solistas de primer nivel, con una animación impresionante y momentos chuscos que sólo Disney y el sistema IMAX pueden recrear, como Donald tomando un baño antes de salir a escena, atrás de las butacas de los espectadores.


Todo estaría súper, si no fuese por el pequeño detalle que es un recital sinfónico con animación, no una película de “caricaturas” para niños, por lo que la sala estaba equivocadamente repleta de menores, quienes después de 5 minutos, comenzaron a revolotear por todo el auditorio.


El bullicio, el ruido y el desorden no son un problema para mi concentración, que rayó fácilmente en el éxtasis… pero, mi media naranja tuvo otra experiencia completamente distinta, llegando a recibir incluso golpes por parte de los inquietos niños: su butaca y su propia integridad fueron acreedores de la agresión, ante mi párvula ignorancia.


Salí levitando del auditorio y mi novia, bufando en cólera. A partir de ahí, todo se vino abajo.


Me reclamó mi falta de atención e indefensión hacia su persona. Mi inmenso momento de dicha rápidamente mutó en un póstumo recuerdo causi-instantáneo.


Con justa razón, me reclamó hasta el cansancio (y hasta la fecha) el haberle hecho perder el tiempo en una inútil aventura romántica en camioncito y un fatuo paseo por la Alameda (nada grato entonces, nada grato hoy).


Tal vez, si ese año me hubiese aplicado un poco más en mis investigaciones, hasta hubiera conocido a Tony Stark en Bern y no recordaría el bochorno de haber iniciado el milenio entre eternos y recurrentes reclamos.

Monday, February 28, 2022

El pardillo y su primer cerveza

 


Llovía plomo ese día de verano en mi pueblo, era el típico y recalcitrante mes de agosto, con su húmedo calor que sofocaba todo ser vivo, repasando los 40ºC (así decimos los nativos de mi tierra) desde media mañana hasta la media noche.

Con 17 años de ilusa experiencia, el párvulo pardillo ingresaba a la carrera (estudios universitarios); por ese entonces, cargaba conmigo una valentía y arrojo bizarro que devoraban al mundo a bocanadas, sin suponer siquiera que a mi formación profesional formal aun le faltaban otros 17 años por avanzar… por crecer… ¡por divertirme!

Ese día, competían 3 planillas por la titularidad de la Sociedad de Alumnos, cuyo único objetivo era recaudar fondos para su fiesta de graduación anual mediante la organización de un épico Simposium anual, donde participaban las más excelsas mentes del ámbito laboral, tanto privado como público, a nivel nacional e internacional. Grandes anécdotas, epopeyas, encuentros y sinsabores de décadas me acompañan desde entonces.

Como parte de su exposición, habían separado la cafetería insignia de la escuela, para hacer una fiesta, con la noble excusa de mostrar su plan de actividades. Increíblemente, el alcohol no sólo era permitido, sino que hasta fomentado por la institución, dado que los dueños de la escuela son también de la cervecería local. Por lo tanto, el alcohol corrió, como corrimos entre sus concursos, donde los premios no importaban, lo que importante era divertirnos con el alcohol gratuito, patrocinado por la misma escuela.

Aún no se ponía el sol, cuando el evento dio por terminado, pero evidentemente, yo había perdido la capacidad para poder manejar mi carro, por lo que tuvo que permanecer almacenado en el estacionamiento de la escuela esa noche; de alguna manera, mis amigos me auxiliaron para subir a un camión urbano y regresar a mi casa. Siendo hora pico y atiborrado de un olor a sudor por todo un día laborado, el borracho enriqueció los aromas con un toque nada digno como el de sus compañeros de viaje.

Después de una hora de camino, donde la vibración del camión, el calor, el coctel de aromas y el alcohol dentro de mi cuerpo, embrutecieron aún más mis sentidos, al fin bajé del camión y emprendí el regreso a mi hogar, caminando poco menos de 8 km y en subida, ascendiendo por el Cerro del Caído, donde estaba mi familia. La ancha calle, con sus tres carriles de circulación, fue testiga muda de mis mejores eses, las que se dibujaban hasta sus canales de estiaje.

Finalmente, llegué a mi casa. Mi hermana de 13 años se encontraba regando el jardín frontal, cuando descubrió el estado deplorable de mi intoxicada humanidad. Obviamente, se asustó y llamó a mi madre, diciendo: “¡Mamá, Jesús está enfermo!”. Mi cuasi infartada madre salió corriendo al escuchar a mi hermana y darse cuenta que regresé sin el auto… es tremendo todos los escenarios que se puede recrear por la mente de un padre ante tal situación, pero al verme semiconsciente, debió haber suspirado de alivio, pero no de complacencia al descubrir que enfermo, lo que se dice enfermo, pues no estaba.

A como pudo, me tomó del brazo y me llevó a la regadera. Con todo y mi ropa ingresé, el agua inundó mi cara y los reclamos mis oídos. En algún momento del incesante bombardeo, me senté y dormité, muy a pesar del golpeteo del agua y de mi destrozada dignidad.

Mi madre cerró la regadera (modismo local) y me despertó. Ya no sé ni cómo me ayudó a vestirme para ingresar a la cama, me recostó y me hizo prometerle que mi padre nunca se enteraría del bochornoso evento. Como ya eran las 10:00 pm, puntual como es mi padre, llegó a la casa al cerrar su jornada laboral.

Justo a tiempo!", pensé y me sentí aliviado al reconocer que mi pellejo se había salvado; repentinamente, escuché por el umbral de la ventana a mi madre salir corriendo para decir:

“¡No sabes cómo llegó tu hijo!”.