Mi
silenciosa queja
en
el inocente hato
es
saber de esa oveja
que
falta a cada rato.
La luna en su esplendor
alumbra la majada,
se cierra la jornada
siguiendo a mi pastor,
termina la labor
de nutrir la madeja,
al cruzar por la reja
volvemos al redil,
mi torre de marfil,
mi silenciosa queja.
Sin falta, día a día,
cruzamos la llanura
de la verde frescura
confiados en su guía,
más por su simpatía
que por ser un mandato,
pacemos de inmediato
sin cuestión ni rodeo,
sin miedo al abigeo
en el inocente hato.
Pero, en plenilunio
un cordero se va,
¿hacia dónde se irá?
¿cuál será su infortunio?
como el calor de junio
trae su moraleja,
así, cruel, se refleja
nuestra realidad,
mi profunda ansiedad
es saber de esa oveja.
Definitivamente,
somos tristes corderos,
que en disfrazados ruegos
nos embauca la gente
con algo diferente,
taimados por su guato
y tanto garabato,
cayendo por la noche,
igual que ese reproche
que falta a cada rato.
Saludos.
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